Entradas

Aviso Comunal... (en construcción)

AVISO COMUNAL IMPORTANTE. No deje niños solos en los parques. Tampoco adolescentes en parejas. hay un carnicero que vigila tras las rejas. IMPORTANTE. No deje este volante al alcance de los niños. Aunque inocentes, pueden espiar aún por los visillos más no le temen a la muerte que viste del negro que se esconde en las esquinas, y de un sello demoníaco las reviste en su olor a orina de borrachos. Desde ya lo dejare anotado. Yo soy el asesino. Yo me divierto con sus hijos. Dios y mi duende me han colaborado. Anotare los crujidos del campesino, el olor a mierda al final en los muchachos. Pueden revisar los informes de jóvenes perdidos. I Un gusano anclado a un ser humano, con cinco flácidos colmillos alargados, invitado al mismo plato del milano, para hidratar n-mil peces agotados, escarba un poco mordisqueando carne tiesa. Como un suicida por tercera vez resucitado, se levanta un gusano con dientes puntiagudos. Es femenina, s

Arder - Jorge Boccanera

ARDER Cuando nos besamos trituramos un ángel. Su última voluntad será nuestro deseo.  Tiempo habrá para escupir sus vidrios de colores, su sombrero de plumas, barajas manoseadas por tahúres y ahora hay que hacerlo entrar, ofrecerle licor (que él viene de morirse), acercarle una silla (que lee en la oscuridad). Dirá sus baratijas, su forma de guiarnos al secreto de la vieja  estación. Dirá que el vino está hecho de hojas secas, que puede hacer un fuego con tu rostro y el mío. (Ni un centavo de luz a su trabajo). Cuando nos besamos desollamos un ángel, un condenado a muerte que va a resucitar en otras bocas. No tengas lastima por él, sólo hay que hincar el  diente y triturar al ángel. Abrir tus piernas y darle sepultura. 

Poema ocasional 4

Machetazos Calvo, comiendo plátano para pasar el hambre. Esculpido, por el famoso Parkinson, como con pastillas para la gripa,  como con miradas para prevenir el llanto. Piernas y brazos - dados en préstamo a un fotógrafo de ruidos, depositario de silencios- le fueron regresados incompletos. Conocido en el comedor comunitario. Bailarín de carranga y torbellino, se volvía murmurador de picardías, atajador de polleras y delantales. Su casa sin luz, paredes frías,  tan afuera como adentro. Se lava la cara, cuchillas en la orina. Sorprende su sueño pesado.

ASIMETRÍAS - ANDRÉS MAURICIO MUÑOZ

Asimetrías 1 Mariana se levanta y camina alrededor del cuarto. Frota su cara con la mano izquierda desde la frente hasta la barbilla, de tal manera que, a medio camino, aplasta un poco su nariz. Mira el reloj. Aún falta poco más de una hora para que el despertador comience a sonar. Se queda mirándolo. Parece desafiarlo. Mariana, que suele tener un sueño inalterable, no ha podido dormir; es lógico, hoy, por fin, será su entrevista en uno de los programas de televisión de mayor sintonía, la oportunidad de un cambio radical para ella. Sabe que podría estar a punto de abandonar su vida de fea y comenzar a ser bonita. “No hay que apresurarse”, se dice, “no nos precipitemos, Mariana, vamos con calma”. Camina hasta su cama y se acuesta. Cierra los ojos. Cientos de imágenes revolotean dentro de su cabeza. Se ve luciendo ropa de las últimas colecciones; como todos los bonitos, iría de compras a un centro comercial y llevaría lo que le viniera en gana, una chaqueta con capucha de lana y un

CUESTIÓN DE REGISTRO - ANDRÉS MAURICIO MUÑOZ

Cuestión de registro La casa la compramos después de seis años de casados. Es una casa grande; bueno, también es cierto que, comparada con el modesto apartamento en que vivíamos, de no más de setenta metros cuadrados, cualquier casa puede parecer enorme. Incluso, si la comparo con este cuarto diminuto, casi una pocilga, donde ahora vivo, podría decir que la casa es gigantesca. De cualquier manera creo que es mejor aterrizar el dato. Tres pisos. Ciento noventa metros cuadrados; todo un potrero, le dije a mi esposa, exesposa, cuando la miramos por primera vez. Tres habitaciones. Un estudio. Sala. Comedor. Cocina. Patio para asados. Y un altillo en donde siempre imaginamos que tendríamos veladas románticas. Mira, amor, le decía, subimos unos cojines de piso, un equipito de sonido, una esterita y a tomar vinito rico. Ella sonreía y me pasaba la mano por la cabeza, acomodándome el cabello. A ella le importaba más determinar cómo distribuir las habitaciones